María, en un primer intento de abrir los ojos tras el haz de luz que cegaba desde su ventada, despertó entusiasmada y motivos le sobraban. Emprendía su primer día de jornada laboral en un nuevo puesto de trabajo después de haber sido seleccionada entre una lista de más de 500 candidatos y superar los diferentes procesos de selección. Conseguir un empleo en Amazon no fue tarea fácil teniendo en cuenta los tiempos que corrían y lo único accesible, aunque su formación fuera superior.
Orgullosa y con una sonrisa de oreja a oreja, entró por la puerta para ser recibida con agrado de los que serían sus compañeros de esta gran aventura, sin embargo, su ambiente real sería fuera de aquel gran almacén. Algo tímida, se mostró carismática y de buen trato y dispuesta a aprender. La persona que sería su jefa, brevemente le dio cuatro instrucciones básicas para empezar su labor de clasificación y la posterior entrega.
De repente, se vio envuelta entre objetos, aparatos, correas, cajas, con el tiempo muy ajustado para poner orden y salir a la calle con un triste mapa de su unidad de reparto. Ángel, un compañero joven que trabajaba frente a ella, percató el caos originado y se ofreció a prestarle ayuda. Ella, agradecida, accedió. Así que con un par de minutos largos y aprovechando la media hora de almuerzo sacrificada, Ángel organizó uno por uno los paquetes que tenía asignados con el recorrido idóneo para que tan solo tuviera que fijarse en la dirección del siguiente. María, con algo de estrés al ver tanta carga, miró con entusiasmo a los ojos de aquel muchacho también sonriente, observó la placa de empresa y tan solo pudo decir: «Gracias, Ángel«.
Su recorrido de entrega fue fácil. Tal como le había indicado, cada paquete le dirigía al próximo destino y, de esta manera, conoció las calles de la ciudad.
Al día siguiente, durante la primera hora de clasificación, pudieron retomar el contacto con más conversación. Casualidades de la vida, los dos sentían la misma pasión por el cine y en mejores tiempos, se habían dedicado profesionalmente. Mantenían muchos contactos en común y no entendían cómo no hubieran coincidido antes y sin embrago, sí que lo hicieran en aquel lugar.
Los minutos se convirtieron en segundos para seguir hablando y intercambiaron el número de teléfono. A partir de entonces, le recomendaría cada día una película de cine clásico que ella tanto desconocía y que a la mañana siguiente serviría para volver a enlazar diálogos que desconectaban de la monotonía de aquella fábrica de envíos. Y poco a poco fueron nutriendo una amistad fruto de estos pequeños detalles.
Llegó un viernes, y no uno cualquiera, en el que Ángel le propuso ir a comer a su casa después del trabajo y poderle mostrar el currículum audiovisual para que lo valorara. Le pareció tan buena idea que no dudó un instante, le pidió su dirección y concretarían la hora más adelante cuando ambos terminaran.
Al acabar la jornada laboral y después de intercambiar algunos mensajes, María se presentó en la puerta de Ángel con una botella de vino para compartir, pues estaba cohibida ya que apenas hacía un par de semanas que se conocían. El vino le ayudaría a desinhibir tal sensación. Ángel escuchó el timbre y intuyendo su presencia, preguntó: «¿sí?¿quién es?» y María: «Buenas tardes el señor Ángel Casanovas?, traigo un paquete para usted.«. Al abrir la puerta, la invitó a entrar amablemente en un piso que por su apariencia era un hogar familiar y acogedor. El aún convivía con su padre. Le era cómodo y tampoco se molestaban si alguno de los dos tenía planes.
Pasaron la comida como ambos querían disfrutar, frente al televisor y visualizando a la vez las películas realizadas por Ángel que cautivaron el entusiasmo de María. En un abrir y cerrar de ojos, la botella de vino se vació… tras ella, tan solo bastó un beso inocente para desenmascarar la más desatada de las pasiones.
Entre besos y caricias recorrieron el pasillo hacia la habitación dejando rastro de sus ropas y zapatos que volaron. Sus cuerpos, cada vez con menos obstáculos, se encontraban más entrelazados. Siguiendo con el alma encendida del momento, se lanzaron en la cama para descubrir la brasa que ardía cuando se tocaron la parte más íntima de su ser. María, derretida en un río de lujuria provocó que Ángel desesperara por la fantasía generada, y unos “frames” más tarde, hicieron realidad su ansia al fundirse en una sola piel.
No fue casualidad que los dos amantes congeniaran y se fijaran el uno en el otro. Aquello tenía que ocurrir porque una fuerza mayor a ellos ejercía su poder de atracción des del momento en que se cruzaron sus miradas por primera vez.
Tras aquella velada especial, se volvieron inseparables, tan inseparables que les era imposible resistir la tentación carnal frente a sus obligaciones. Bastaba con sentir la presencia de cada uno para notar un subidón de lívido que se generaba desde las entrañas hasta recorrer el cuerpo entero y sucumbir al deseo. Aprovechaban cualquier momento de descanso para dedicarse unos mimos a escondidas del mundo…y fueron mucho más lejos. Mensajes, notitas en el buzón, y como ella tenía soltura al repartir, el tiempo que antes invertía en pensar y calcular dónde ir, lo aprovechó para reencontrarse en la intimidad con Ángel en su casa antes de finalizar el recorrido y volver a fichar con una cara sospechosamente deslumbrante. Aquello parecía crecer exponencialmente. Sí, se enamoraron.
Como todo en la vida, siempre hay un pero. Ese pero tenía nombre y apellidos.
Ella hacía varios años que se encontraba estancada en una relación sentimental. Parecía que aquel angelito le había aportado la luz que de nuevo le hacía brillar. Llegó, inevitablemente, el momento de decidir qué hacer.
Tan solo puedo contar que después de largas épocas de desconexión y de reencuentros, aquellos amantes quedarían atrapados perpetuamente en el recuerdo de la que fue, una experiencia irrepetible.